Un té a Notre Dame

Habían pasado justo dos meses de aquel fatídico día. Toda Francia, en especial los parisinos, veía como su querida Notre Dame, buque insignia de la fe católica era pasto de las llamas. Astrid, estudiante en historia del arte, a punto de presentar su tesis doctoral sobre el arte gótico en la región Ile de France, veía como el fuego destruía el techo y la famosa flecha de Viollet Le Duc, el famoso arquitecto y restaurador de tantos monumentos en Francia, dejando en pedazos parte de la bóveda de crucería del edificio. Aquella tarde del 15 de abril, había quedado con su amiga Claire para repasar su trabajo que tenía que presentar al rector de la catedral y obtener alguna que otra información sobre el edificio que pudiera serle útil para la presentación delante de un tribunal. Estaba sentada en la misma mesa de siempre en la terraza del Café Le Esmeralda del nombre de la famosa heroína de Victor Hugo. Esperaba como cada lunes desde hacía ya 5 años, los que llevaban estudiando, a su amiga para tomar un té. A pesar del terrible suceso, no habían cambiado sus costumbres y tampoco de lugar. Ahí la tenía, herida pero majestuosa y de pie. Llegó Claire.

–Hola Astrid, ¿qué tal estás?

–Hola Claire, bien, aquí repasando un poco los últimos detalles de la tesis. Y tú, ¿qué tal?

— Un poco cansada pero bien. No paro con las visitas en La Sainte Chapelle. —Claire trabajaba como guía en la otra joya del arte gótico de Paris hecha construir por el rey de Francia Louis IX más conocido como Saint Louis para albergar la corona de Espinas. La pequeña capilla ya no se usaba como lugar de culto y la corona hasta aquel terrible día se encontraba en Notre Dame de Paris su nueva casa. —Me vendrá bien una taza de té frio. Hoy hace mucho calor y he terminado con un dolor de cabeza tremendo.

— ¿Turistas pesados?

— Pesados no, pero que durante la misma visita te hacen cuatro veces la misma pregunta.

— Espero al menos que sean preguntas interesantes. —dijo Astrid riendo.

— No te rías. Mademoiselle, ¿por favor?—llamó Claire. —nos puede traer la carta de los tés fríos. Gracias. —La camarera enseguida volvió con una cartulina de color rosa y violeta y se la tendió a las chicas.

–Aquí tienen.

–Muchas gracias. —Astrid eligió un té frio de frutas del bosque Rouge Délice y Claire un té helado de frutas exóticas Carcadet. La dueña del lugar compraba los tés en la boutique de Dammann frères cuya historia remontaba hasta los tiempos del rey Louis XIV que le había otorgado al Sieur Damame la exclusividad de la venta del té en Francia. Claire era una fanática del té y compraba cajas y cajas de cualquier lugar. En su casa tenía un armario solo para ello donde lo tenía ordenado por clase y sabores.

–Qué guapa es. —dijo Claire mirando hacia Notre Dame.

–¿Qué?—pregunto Astrid levantando la cabeza de sus apuntes.

–Te decía que Notre Dame es muy guapa. —mirando su amiga.

–Lo es, incluso ahora. Qué suerte hemos tenido de que los bomberos llegasen a tiempo para apagar el incendio. Aún recuerdo cuando estábamos tomando nuestro té de cada lunes y ver las llamas empezando a rodear la flecha.

–Fue muy triste sobre todo para ti ya que estabas toda ilusionada por esa visita que te iba a hacer el rector de la catedral.

–Visita que me hubiera venido de gran ayuda para la tesis. Me he tenido que ayudar de libros, esquemas y demás grabados que me han prestado en el museo de la catedral y en el museo de Cluny. Qué bueno este té Rouge Délice. Tendré que comprarme una caja para llevar a casa.

— Uno de mi colección. Es muy bueno, sobretodo frio. Mañana justamente tengo que pasar por la tienda Dammann frères a hacer mi pedido de cada mes. Por cierto cuando vengas a casa tienes que probar unos tés que traje de una tienda de Valencia donde estuve de vacaciones en marzo. Se llama La Petite Planethé. Además les encanta Francia y visitan muy a menudo nuestro país. Cuando acabemos con las tesis quedamos una noche y cenamos en mi casa. ¿Te parece bien?

— Perfecto. —Mirando de reojo su reloj. —ya son las 8 tendré que ir a casa, aún tengo que repasar de nuevo lo de hoy y quedar con el rector para planificar una visita.

–¿Visita?—preguntó Claire sorprendida.

–De Notre Dame. —Le contestó Astrid. —He conseguido un permiso especial. Iré acompañada de un arquitecto y el Padre Jean para visitarla. Claro tendremos que llevar casco y bajo grandes medidas de seguridad. Me tiene que llamar para decirme que día vamos. ¿Quieres que pregunte si puedes venir y vienes con nosotros?

— Me encantaría.

–Luego te mando un whatsapp y te digo. Ahora sí que tengo que marchar. Cuídate. —Dando un beso a su amiga. —fue caminando hasta su casa situada en Le Marais cruzando los puentes Saint Louis et Louis-Philippe y atravesando la Isla Saint Louis, la pequeña isla situada detrás de la isla de la Cité, paseando por la calle Jean du Bellay, primo del famoso poeta del renacimiento Joaquim du Bellay. Cuando llegó a casa miró su móvil y vio que tenía una llamada del Padre Jean. Cuando quedaba los lunes con Claire, se habían impuesto una norma. Tener le móvil apagado.

— Buenas noches Padre Jean, acabo de ver su llamada. ¿Qué tal está?

–Muy bien Astrid. ¿Y usted?

–Llego ahora de estar con mi amiga Claire.

–¿Cómo le va en la Sainte Chapelle por cierto?

–Muy bien, mucho trabajo, pero quitando algún turista un poco pesado, está encantada con su trabajo.

–Me alegro. Le llamaba para indicarle que ya he conseguido la visita de Notre Dame. Será este viernes a las 14h30. Como sabía que usted me iba preguntar si podía venir acompañada lo he preguntado y me han dicho que no hay problema. Puede venir con su amiga Claire.

–Muchas gracias Padre Jean. Estará encantada. Ahora luego se lo digo.

–Por qué no quedamos a las 12 en el café donde ustedes dos se reúnen los lunes y comemos juntos antes de ir a hacer la visita. ¿Le parece bien?

–Me parece una excelente idea. Luego le mando un whatsapp y se lo confirmo después de haber hablado con Claire.

–Estupendo señorita Astrid. Espero pues su mensaje. Buenas noches.

–Buenas noches Padre Jean. —Colgó y llamó enseguida su amiga Claire que estaba encantada por la noticia…

El viernes por la mañana Astrid se levantó y después de ducharse se preparó un buen desayuno consistente de un bol con cereales y fruta y un té rojo de La Petite Planèthé que se llamaba Pu Ehr Bombon Naranja. Ya lista para salir llamó a Claire.

–Nos vemos a las 12 en el Esmeralda. Ahora iré a dar una vuelta al Louvre.

–¿Qué vas a ver en el Louvre?

–El departamento de Los objets d’art. Te veo luego. Suerte con los turistas.

–Gracias, esta mañana tengo un grupo de arquitectos americanos. Luego te cuento…

Astrid, llegó al Louvre y presentando su acreditación como estudiante de historia del arte entró sin necesidad de hacer cola. Se dirigió al ala Sully donde se situaban Les Objets d’art que albergaba verdaderos tesoros de orfebrería de la edad media. Estuvo una hora paseando y admirando dichos tesoros y a las 11 salió del museo y se fue paseando por los quais que bordeaban el rio Sena. Mientras caminaba recibió una llamada de su madre que le anunciaba que su tía abuela que había fallecido unos días atrás les convertía en únicos herederos de una propiedad en Bretaña. Dicha propiedad que conocía muy bien Astrid, ya que pasaban muchos veranos ahí, era un pequeño castillo del siglo XV cerca de la Ciudad de Saint Malo. Heredarían del castillo porque el único hijo de su tía había desaparecido en extrañas circunstancias durante un viaje a Asia y ella al quedarse viuda y no volver a casarse, no tenía heredero directo.

–Mamá, ¿qué me dices? Eso es increíble. ¿Lo sabías?

–No Astrid, nadie lo sabía. No nos lo había dicho.

— Perdona que te corte pero te tengo que dejar. He quedado para comer con Claire y el Padre Jean para visitar Notre Dame. Ha conseguido una visita con un arquitecto y tenemos cita a las 14h30. Te llamo a la noche y hablamos. —Llegó al Esmeralda donde le esperaba Claire que había llegado unos minutos antes.

–Buenos días Astrid, ¿Qué tal estás?

— Muy bien. Con ganas de entrar de nuevo en este bonito lugar.

–Solo espero que la vuelvan a construir como era antes.

–Algunos proyectos son, a decir verdad, muy originales y hay que tener una imaginación desbordante para pensar en ello pero Notre Dame tiene que renacer tal cual era antes del incendio. Se lo debemos a todos los compagnons y obreros que participaron en su construcción. ¡Ahí llega Padre Jean! Buenos días Padre Jean, ¿Qué tal?

— Con mucha hambre Astrid, pero muy bien. Buenos días Claire, ¿Qué tal?

–Buenos días Padre Jean, muy bien. Gracias. ¿Astrid, vamos a sentarnos y pedimos?

–Si. —Contesto Astrid a su amiga, dirigiéndose a su mesa favorita en la terraza cubierta. Todos eligieron el menú vegetariano que consistía en un parmentier de patatas y frutos secos con un poco de queso acompañado de una ensalada de toda clase de lechugas y de postre un brownie de chocolate con frutos rojos. Terminaron la comida, que había transcurrido charlando de los proyectos locos de restauración y del arte gótico en Francia, por un té helado. Eran ya las dos y después de pagar, invito Padre Jean, salieron y se dirigieron al Parvis de La Catedral. Unos instantes después acudía Monsieur Dubois, arquitecto jefe de LA CNMHS (Caisse Nationnale des Monuments Historiques et des Sîtes Caja nacional de los monumentos históricos y sitios) con un jefe de obra especializado en la restauración de los edificios góticos.

–Buenos días señorita, usted debe ser Astrid, encantado, soy el señor Dubois de la CNMHS.

–Buenos días señor Dubois, encantada. Le presento mi amiga Claire, es guía en la Sainte Chapelle.

–Buenos días señorita Claire, encantado.

–Encantada Monsieur.

–Si estamos todos, vamos a empezar la visita. Astrid, nos hace el honor.

–¿Yo?, no he preparado nada.

— No es necesario, con todo lo que sabe seguro que tiene mucho que contarnos. ¡Adelante!—Al traspasar la puerta que le da acceso al edificio, un escalofrío recorrió el cuerpo de Astrid. A su memoria vino un sinfín de recuerdos de los momentos vividos en aquel lugar. Durante hora y media, la futura historiadora del arte estuvo explicando con sumo detalle, la historia de la construcción de Notre Dame. No falto ningún detalle. La había leído y estudiado tantas veces para su tesis doctoral que las palabras surgían son fluidez. Incluso cuando llegaron al lugar donde había caído la flecha de Viollet Le Duc, fue capaz de explicar todo el proceso de restauración del monumento. Monsieur Dubois estaba encantado.–¿Cuándo dice que tiene que pasar su tesis?

–Dentro de dos semanas.

–En cuando acabe pase por mi despacho, la quiero de asistenta en la CNMHS.

–¿Me está ofreciendo trabajo?—preguntó toda sorprendida.

–Así es señorita Astrid. Cuando usted haya presentado su tesis me encantaría leerla.

–Le puedo mandar una copia si quiere una vez la haya presentado.

–Aquí tiene mi tarjeta con todos mis datos. Ha sido un placer. Espero que esta visita le haya sido de ayuda para los últimos retoques de su trabajo. Espero su llamada.

–Gracias a usted por su ayuda. Adiós Monsieur Dubois…

Dos semanas más tarde, Astrid, de pie frente a un jurado, con apuntes y diapositivas presentaba su tesis sobre el arte gótico en Ile de France enfocando su trabajo en Notre Dame de Paris, lugar de fe e historia. En su trabajo mencionó también la basílica de Saint Denis, considerado el primer edificio de este estilo en el mundo y La Santa Capilla. Cuando hubo terminado los miembros que componían la mesa del jurado le dieron las gracias y le pidieron esperar fuera en el pasillo mientras deliberaban.

–¿Cómo ha ido? Preguntó su madre Marie Astrid Delaunay.

–Estoy contenta de mí, ahora espero que les haya gustado.

Una mujer salía de la sala y se dirigía hacia Astrid. —Señorita Delaunay, le doy la enhorabuena. Hace años que no asistimos a una presentación tan buena como la suya. La esperamos el mes que viene para la ceremonia de entrega del Doctorado en historia del arte en la gala que tendrá lugar en el museo del Louvre.

–Gracias señora. —dijo Astrid toda emocionada. Y junto a su madre y Claire se fue paseando esta vez hasta Dammann Frères.

El té de Las Cinco.

Relato escrito para el concurso de La Petite Planethé. Premiado con el 6º puesto.

El cielo se estaba oscureciendo y pronto el sol se fue escondiendo detrás de las nubes. Los transeúntes se aglutinaban a la puerta del museo de Orsay, instalado en una antigua estación de trenes, haciendo cola para entrar. Entre la gente se encontraba Claire que paseaba como cada sábado por los pasillos del recinto que albergaba en su interior la pintura y la escultura desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX. Sus pasos la llevaban siempre hasta el mismo lienzo que representaba una señorita tomando el té.

¿Qué tenía de peculiar este cuadro para que Claire cada sábado recorriera todos los pasillos de aquel lugar y llegara hasta la sala donde se encontraba? Siempre le había fascinado todo este ceremonial del té de las cinco creado por los ingleses. O también podía ser el momento del desayuno ya que bebían té a cada hora, algunos incluso bebían más té que agua. La escena representaba de maravilla uno de estos momentos de la vida y en el retrato de la joven podían verse aparte de la taza que ella tenía en la mano y estaba a punto de beber, unos bocadillos de mermelada, pastelitos varios en bandejas de plata y la tetera. Claire tenía curiosidad por saber qué tipo de té era. Al observar con más detenimiento la joven, se percató, que llevaba una bata de encaje y seda blanca que al principio de venir a ver el cuadro había tomado por un vestido, y eso le hizo pensar que la escena representaba la hora del desayuno y que seguramente estaría tomando un English Breakfast o un Earl Grey. Algún día iría hasta la estación del norte, se subiría al Eurostar y cruzaría el Channel para ir a tomar un té como hacen los británicos. Ya se había informado del mejor lugar y lo había mirado ya tantas veces en internet que sería capaz de ir con los ojos cerrados desde la estación de Saint Pancras, donde llegaba el tren a Londres, hasta la tienda de Fortnum and Mason al salón de The Diamond Jubilee Tea inaugurado por su majestad la reina Elisabeth II hace unos años.

–¿Madame? — Claire dio un salto. — Disculpe, siento haberle asustado, pero vamos a cerrar ya el museo. Veo que le gusta mucho este cuadro.

–Sí, mucho. Vengo cada sábado a verlo. No sé qué tiene pero me fascina mucho y hace que quiera subirme al Eurostar para ir a tomar un té de las cinco como hacen los ingleses.

–El día que lo haga, espero que lo disfrute. Buenas noches, Madame.

–Buenas noches, Monsieur.

Claire salió del museo y fue paseando por la orilla del Sena hasta llegar a la Isla de la Cité por el muelle des Grands Augustins, dejando a su derecha La Fontaine Saint Michel y cruzando por el puente que llegaba hasta Notre Dame. Pronto se haría de noche y llegaría a su casa en Le Marais. Vivía en un pequeño piso en la cuarta planta de un edificio del siglo XVI que daba a un bonito patio interior con jardín. Según cuenta la leyenda, el edificio estuvo habitado por una famosa princesa pero con la remodelación de la ciudad por el Baron Haussman fue dividido en varios apartamentos y Claire habitaba en uno de ellos. Cuando por fin llegó a su casa después de subir andando los cuatro pisos, nunca cogía el ascensor, fue directamente a la cocina a hacerse una taza de té. Enseguida se imaginó como la joven del cuadro o como una de estas tantas señoras inglesas que van al salón de té de la capital inglesa. Una vez había ido con sus padres a tomar el té al hotel Crillon plaza de La Concorde, le había encantado este momento, pero no era lo mismo.

El té de las cinco en Inglaterra tenía un toque más glamuroso, un algo que lo hacía especial y por eso quería ir a tomarlo ahí. De momento solo estaba en su casa, en el pequeño salón, sentada en el sofá mirando por la ventana disfrutando de un té de caramelo y naranja con unas galletas de mantequilla típicas de Bretaña, donde cada verano pasaba sus vacaciones. Se fue pronto a la cama, el día había sido agotador, enseguida se quedó dormida…

A la mañana siguiente se levantó y después de desayunar tostadas con mermelada y una taza de té, su intención fue ir paseando hasta la estación del norte de donde partía el tren que la llevaría un día a Londres. Eran las 11 de la mañana, el tren tardaba tres horas en llegar a la capital del Reino Unido y desde la estación de Saint Pancras hasta Fortnum and Mason eran solo 3 paradas de metro. Apenas acababa de bajar las escaleras y de salir a la calle que no se lo pensó dos veces, era ahora o nunca, además tenía guardado dinero para sus próximas vacaciones. Volvió a subir los cuatro pisos, entró en su casa, fue a la mesita de noche y sacó su pasaporte y el dinero. Salió de nuevo a la calle y entró esta vez en la primera estación de metro por la cual pasaba la línea 10 y se fue hasta la estación del norte. Cuando salió del metro, se dirigió a las oficinas del Eurostar y preguntó cuándo salía el próximo tren para Londres. Le indicaron que salía en media hora y que quedaban plazas. No dudó ni un segundo y pagó para un billete de ida y vuelta Paris Londres. Con el billete en mano, fue corriendo hasta el andén no sin antes pasar el control aduanero y llego justo a tiempo para subirse en el tren.

Dentro de tres horas, dos si quitamos la hora de diferencia, estaría en Londres degustando un 5 o’Clock Tea en uno de los mejores lugares para hacerlo. Y todo eso había comenzado una tarde viendo el cuadro de una señorita en el museo de Orsay. Cuadro que iba a ver cada semana. Tomó asiento en el compartimento y aprovechó para leer una revista. Los altavoces anunciaron al cabo de un rato que se iba a cruzar el túnel debajo del agua. Unos veinte minutos más tarde, el tren ya viajaba por la campiña inglesa y se iba adentrando en el gran Londres antes de llegar al centro de la ciudad. Se levantó y salió del vagón para dirigirse a la salida de la estación de Saint Pancras. Pasó como a la ida el control de aduanas. Por fin estaba en Inglaterra. Una vez fuera de la estación, fue en busca de un taxi, el famoso taxi negro londinense, que pulula por la capital británica y que es tan famoso como la cabina de teléfono roja o el bus de dos pisos. Al principio tenía previsto coger el metro pero finalmente se decantó por el taxi para poder admirar la ciudad. Después de recorrer las calles llegó a su destino.

El principal establecimiento de Fortnum and Mason se encontraba en Picadilly Circus, lugar de encuentro de los londinenses sobre todo de aquellos que vienen de un musical en el West End. El edificio de principios del siglo XVIII donde los señores Fortnum y Mason se convirtieron rápidamente en proveedores de la familia real británica era ahora una de las tiendas más famosas de la ciudad y del mundo y ahí acudían de todos los lugares para comprar, tomar el té o simplemente visitarlo. Claire estuvo un buen rato contemplando la fachada azul turquesa y por fin entró. Estaba un poco nerviosa. Si el exterior ya la había sorprendido, el interior la dejó boca abierta. Estaba repleto de estanterías con cajas y cajas de toda clase de tés, galletas, pasteles, artículos de recuerdo, tazas, teteras, mugs, vasos. Tenía costumbre ir cada mes a la tienda Fauchon de Paris pero esto superaba sus expectativas. Las fotos que salían en internet no daban crédito a lo que tenía delante de ella. El viaje ya había merecido la pena por eso. Claire estaba fascinada. Echo una mirada alrededor por la tienda y enseguida vio un señor con uniforme y se dirigió a él.

–Disculpe señor, ¿es posible tomar el té en el Diamond Jubilee? Acabo de venir con el Eurostar especialmente para ello y esta noche marcho de nuevo para Paris.

–Buenas tardes señora, por favor acompáñeme por aquí, vamos a preguntar si queda sitio. —La llevó hasta la entrada del salón donde una recepcionista tomaba las reservas. —Eilen, esta señora viene de Paris para tomar el té en el Diamond Jubilee. ¿Alguna plaza libre?

–Un momento voy a mirar en la agenda. — unos segundos más tarde. — Sí tenemos una mesa libre dentro de una hora a las 17h30. ¿Le tomo nota?

–Sí, por favor. Muchas gracias.

–Hasta luego señora.

Claire, después de despedirse, salió toda ilusionada con su cartón azul turquesa que le indicaba que tenía una reserva para tomar el té en el más prestigioso de los salones de la famosa tienda de delicatesen de Londres. Aprovechó la hora que tenía por delante para pasear por la ciudad. Sus pasos la llevaron a Trafalgar Square donde Nelson dominaba la ciudad desde lo alto de su columna. En la misma plaza se situaba uno de los museos de pintura más famosos del mundo. La National Gallery. Entró y, durante los cuarenta minutos que le quedaban antes de volver, deambuló por sus pasillos admirando los diferentes cuadros, entre ellos Nuestra Señora de las Rocas de Leonardo da Vinci. Salió de la pinacoteca londinense y volvió a la tienda para saborear por fin, después de tantos meses, el famoso té de las cinco.

Dio su reserva a la entrada y una azafata la acompañó hasta su mesa en el incomparable marco del Diamond Jubilee el más notorio de los salones de Fortnum and Mason. Una mezcla de nerviosismo y alegría recorría todo su cuerpo mientras esperaba que llegasen los primeros platos.

Le trajeron primero una tetera de porcelana junto a una jarrita de leche y dos platos, uno con terrones de azúcar y otro con rodajas de limón. Podía elegir entre más de cien diferentes tipos de tés dentro de la gama de negros, rojos, blancos, verdes, infusiones, rooibos. De todos los tés disponibles en el establecimiento había elegido la mezcla oficial de la casa. Luego llegaron en una fuente de varios pisos el resto de los manjares. Empezó por los sándwiches de pepino, típicos de Inglaterra y que ella se preparaba muy a menudo para cenar en su piso de Paris. Estos tenían un sabor especial que los hacía diferentes. Siguió después probando los scones con nata y mermelada de naranja o arándanos. Todo preparado en las cocinas del restaurante. Tenía también fruta variada y se decantó por unas fresas. Y por fin acabó con las galletas shortbreads típicas de Escocia y bombones de chocolate con menta. Todo estaba buenísimo. Que buena idea había tenido esta mañana de volver a su casa a por el pasaporte. Se acababa de gastar todos sus ahorros de las vacaciones pero había merecido la pena hacerlo. Se quedó un instante admirando la decoración del salón donde como en el resto del establecimiento dominaba el color turquesa, marca de fábrica del lugar. Era un color reconocible por toda la ciudad y no era extraño cruzarse con alguien que llevase algo de dicha tienda. Salió del salón despidiéndose de los empleados y dándoles las gracias por todo.

–Nos alegra, señora, que haya disfrutado de su estancia con nosotros y esperamos volver a verla muy pronto.

–Muchas gracias, tengan por seguro que volveré. Todo ha sido estupendo. Me llevo a Paris un grato recuerdo de todos ustedes.

–Gracias a usted, señora. Que tenga un buen viaje de regreso a París.

Bajó de nuevo a la tienda y aprovechó el poco tiempo que le quedaba antes de volver a la estación para comprar algunas cajas de tés variados para llevar. Unos minutos más tarde ya estaba de nuevo sentada en el tren de vuelta a Francia con imágenes azules turquesa en la cabeza…

Una semana más tarde, se encontraba en el museo de Orsay, como cada sábado, de nuevo mirando el cuadro sonrió e inconscientemente dio las gracias a la joven.

Asesinato en George Square

Charlotte McGregor paseaba por Princess Street y a altura del monumento a Walter Scott giró para dirigirse hacía George Square donde vivía. Sus abuelos que se habían ido a vivir al campo le habían dejado su piso ya que estudiaba en la facultad de medicina de Edimburgo. Al llegar a la plaza, vio mucha gente reunida a la entrada del inmueble, reconoció varios de sus vecinos, y curiosa de saber que pasaba preguntó.

–Buenas tardes Charlotte, han encontrado muerta a la señora McAllistair. La señora que viene a limpiarle la casa ha dado el aviso.

–¿Se sabe que ha pasado?

–No, no lo sabemos. Supongo que le habrá dado un infarto. Estaba bastante enferma del corazón y ya casi no salía de casa.

–Lo siento mucho por ella. Si averiguan cualquier cosa por favor dígamelo.

–Cuente con ello señorita McGregor.

Charlotte subió a su casa y encendió un rato la televisión. Ya daban noticia de la muerte de la señora McAllistair, dueña de unos grandes almacenes de comida y cuya especialidad era el té. Tomó una cena ligera y se acostó enseguida. Mañana le esperaba un día ajetreado en la facultad…

Salió de casa y fue andando hasta la parada del bus que la llevaría hasta clase. Los periódicos ya tenían en portada la foto de la víctima y las televisiones ya anunciaban que una segunda persona había sido encontrada muerta en su casa de Royal Mile. Charlotte pensó para sí misma. —Qué raro dos muertes así tan seguidas. ¿Será casualidad?—Y siguió su camino. El bus llegaba ya. Una vez en la facultad le llegó una alerta que ponía: Muerto en Royal Mile hijo de la victima de George Square. Dos muertos de la misma familia en tan poco tiempo. Ya no era casualidad, aquí pasaba realmente algo. ¿Pero qué? Pasó la clase de anatomía disecando cuerpos y al terminar salió a tomar aire. El olor a formol para conservar los cuerpos le daba angustia pero el estudio de dicha materia era obligatoria para ser médico. Después de pasar un rato con un amigo tomando un té en la cafetería se fue de nuevo a por el autobús para volver a casa. Mientras viajaba la radio iba dando noticias de las dos muertes. La policía aún no había dicho si eran o no asesinatos pero todo apuntaba que lo eran. Bajó del bus y entro en los grandes almacenes John Lewis. Necesitaba comprarse un vestido para una boda y aprovechaba que eran las rebajas para encontrar alguna ganga a buen precio. Después de buscar se decantó por un vestido de terciopelo verde oscuro y raso negro…

Por la noche el telediario daba la noticia de una tercera muerte y era también un McAllistair. Esta vez el hermano de la señora. Ya no cabía la menor duda, eran asesinatos y todos trabajaban o eran altos directivos de los almacenes McAllistair muy famosos en toda la ciudad. Charlotte apago la tele y se fue a la cama a leer un rato…Cuando despertó, eran casi las doce del mediodía, al ser sábado no tenía clase, lo primero que hizo fue encender la radio. Se anunciaba una rueda de prensa del comisario McAndrews en referencia a las tres muertes. El oficial de la policía escocesa informó que los tres muertos eran familiares y que todos habían muerto envenenados bebiendo el mismo té. La joven se sorprendió al oír eso ya que las víctimas eran dueños de una tienda donde justamente se vendía todo lo necesario para hacer esta bebida…

Los días pasaron, Charlotte siguió con sus clases de la facultad, pronto tendría exámenes, pero siempre manteniéndose informada de todo referente a los asesinatos. La policía había hablado con Mary McAllistair, nieta de la señora Margaret McAllistair y le había ordenado por seguridad de no volver a vender el té con el cual habían sido asesinados sus tres familiares. Se pasó también el anuncio de no consumir este té y si alguien lo había comprado hace poco tenía orden de llevarlo directamente a la policía para un posterior análisis…

La policía interrogo a todos los empleados de la tienda y fue informada de que hace unos años habían despedido un empleado por robar a diario en el almacén. Los dueños no habían querido denunciarlo a la policía para no provocar un escándalo pero le habían pedido de no volver más. Buscaron dicho hombre pero no podía ser el que buscaban ya que había muerto hacía seis meses. La investigación seguía su curso cuando le llegó a Mary McAllistair un paquete con una muñeca a su efigie con la nota: Eres la siguiente. ¡Cuidado! Informó de ello a la policía que la puso bajo protección las veinticuatro horas del día…

Charlotte había terminado los exámenes y ya descansaba unos días hasta retomar las clases. Estaba pasando unos días casa de su abuela lejos de Edimburgo y sus asesinatos pero no se perdía nada de la investigación y como toda la ciudad e incluso el país ya que el tema se había convertido en nacional esperaba que la policía pronto encontraría al asesino…

Mientras tanto después de varias verificaciones se descubrió que el té había sido entregado por la misma mensajería a las tres personas. Se interrogó a los trabajadores de la mensajería y curiosamente se demostró que ninguno había entregado dichos envíos. ¿Quién podía haber usado esta empresa para este fin?

El comisario McAndrews en su despacho junto a Mary McAllistair.

–¿Señora McAllistair, está segura que no haya habido problemas con otro ex empleado de su empresa?

–Si estoy segura. Quitando el hombre que robaba en el almacén y que sabemos murió hace unos meses, no conozco nadie. Lo único que quiero es que todo acabe pronto que encuentren el asesino y que pueda moverme por la ciudad sin tener a dos policías constantemente a mi lado. Sé que ustedes lo hacen por mi protección pero es agotador.

–Lo entiendo señora McAllistair pero es necesario.

–No solo eso, las ventas de tés han bajado considerablemente en la ciudad y John Lewis ya nos ha superado este mes cuando todos sabemos que nuestros productos son de mucha mejor calidad que los suyos.

–Le prometo que encontraremos al asesino y que sus tés volverán a ser los más vendidos de la ciudad…

Los días en el campo pasaban y Charlotte había terminado por olvidarse por completo del asunto McAllistair cuando de repente apareció una alerta en su móvil que por un casual había encendido porque esperaba un mail de una compañera de facultad. La noticia informaba que la señora McAllistair había tenido de joven una relación extramatrimonial mientras su marido estaba combatiendo en Francia con el ejército británico y había tenido una hija. Hasta hoy nadie sabía nada de ello ya que según Mary, su nieta, a quien la prensa ya había interrogado saliendo de su casa, su abuela nunca lo había mencionado a ningún miembro de la familia. En una familia tan conocida como los McAllistair eso hubiese supuesto un escándalo mayor dentro de la alta burguesía escocesa. Al instante Charlotte recibió el mail esperado y se puso a trabajar sobre dicho informe.

Durante días la policía fue interrogando los orfanatos y las maternidades de la ciudad para saber si habían dado en adopción a principio de los años cuarenta una niña y después de varios interrogatorios encontraron dicha niña que ahora tendría unos setenta años.

El teléfono sonó varias veces.

–¿Diga?

–Disculpe la molestia señora pero soy el comisario McAndrews de la policía de Edimburgo y necesito hablar con una persona que fue abandonada hace unos setenta años por su madre biológica. Sé que lo que le pido es algo muy peculiar pero es usted.

–Déjeme en paz. No quiero saber nada de esta familia. Los periodistas ya han venido a mi casa varias veces, no paran de acosarme. Lo siento por estas personas pero no es asunto mío. Adiós. —y colgó el teléfono.

El comisario volvió a llamar y está vez le contestó un hombre

–Ya está bien, dejen en paz a mi madre…

Para el comisario era demasiado fácil que pasara como en las películas. Hijo de madre abandonada se venga de su familia. Aun así decidió ir a casa de esta señora e hablar con el hijo.

Llamó al timbre, nadie contestó, volvió a llamar, alguien se acercó a la ventana y miró de reojo tras las cortinas ya que la mujer y su hijo vivían en una planta baja. Espero un momento y volvió a llamar, insistió bastante y por fin la puerta se abrió de golpe y un hombre apareció en el umbral.

–¿Que nos quiere?

–Hablar con ustedes y saben por qué.

–No tenemos nada que ver con ello. Sentimos mucho lo que ha pasado pero no tenemos nada que ver. Así que por favor, déjennos en paz, y encuentren al verdadero culpable de las muertes. Adiós comisario. –Cerró la puerta y se fue de nuevo para el comedor junto a su madre.

Ya se ha ido, ya no nos molestará.

Hijo, vuelve y llámalo, quiero hablar con él.

Pero mamá, que le vas a decir.

Llámalo y lo sabrás.—Salió lo más rápido que pudo, gritó desde la puerta abierta el nombre del comisario que ya se alejaba, corriendo tras el, y estaba a punto de llegar al final del camino que da a la calle. La distancia no era muy grande y se giró al oír que le llamaban.

Mi madre quiere verle y hablar con usted. —El comisario retrocedió entró en la casa, siguió al hijo que lo llevó hasta el comedor.

Buenos días comisario, le pido disculpas por mis modales del otro día. Lo que le voy a contar no lo sabe nadie y ni siquiera mi hijo Angus. Margaret McAllistair, tu abuela, sí que me abandono de pequeña, sí que no cuidó de mí y me entregó a un orfanato pero cada mes sin que tu abuelo lo supiera me mandaba dinero hasta que me casé con tu padre y lo siguió haciendo cuando tú naciste. Todo lo que tenemos, lo sé no es mucho pero es suficiente para vivir, lo debemos a tu abuela. Comisario, encuentren por favor el asesino de mi madre.

Eso haré señora. Gracias por informarme de estos detalles. Adiós. —Volvió a la comisaría y se puso a pensar sobre los asesinatos. Habían pasado más de una semana y curiosamente Mary seguía viva. Las otras muertes habían ocurrido un día tras otro. Salió de la comisaria y se dirigió a la sede McAllistair y pregunto por Mary. —Lo sentimos mucho comisario, acaba de irse ahora mismo. —Y mientras se escuchaba el ruido de unas ruedas sobre la gravilla.

Adiós, gracias no se preocupe, volveré mañana…

Al día siguiente volvió y esta vez no había venido a trabajar. Decidió ir a su casa, llamó y nadie le contestó. Volvió a llamar y una señora mayor abrió la puerta. —La señora McAllistair por favor.

Lo siento no se encuentra. Acaba de irse. —No insistió y se fue a su casa. Dejó pasar unos días y volvió a la tienda de tés. Mary llevaba cuatro días sin aparecer por ahí. Traía con él una orden de registro del despacho y cuando entró, después de que le abrieran la puerta, vio que estaba vacío como si nadie hubiese estado ahí.

Las clases en la facultad de medicina habían empezado de nuevo y Charlotte ya preparaba los nuevos exámenes. Ya no necesitaba ninguna alerta en el móvil para estar informada del tema McAllistair. Su vecina de patio, la señora McDonald, buena amiga de la difunta, se encargaba de darle todo los detalles con pelos y señales incluidos los más escabrosos. La joven sonreía y aguantaba el chaparrón de noticias con educación. Luego entraba en su casa aliviada de no tener que aguantarla hasta la noche siguiente.

James, soy el comisario MacAndrews, emita una orden de búsqueda y captura a nombre de Mary McAllistair y mándela a todas las comisarias del país, aeropuerto y estaciones. —Toda la policía del país buscaba ahora a la heredera del clan McAllistair. Evidentemente no había ninguna prueba de que fuera la culpable, ahora mismo era todo suposiciones… Al final del día habían encontrado su paradero y ya la estaban interrogando en la comisaría de Sterling.

¿Cómo voy a ser capaz de matar a mi abuela y a mis tíos? No necesito matarlos para heredar la empresa. Sé que voy a hacerlo.

¿Entonces por qué se fue y escapó?

Porque ya no puedo más de tanta presión.

¿Y se va vaciando su despacho de todo? Curiosa manera de actuar para alguien que no tiene nada que reprocharse. Gracias James. —mientras este le entregaba una copia del testamento en el cual se estipulaba que Margaret McAllistair junto con su hermano y su hijo, había decidido vender la tienda y entregar el dinero al orfanato que había cuidado de su hija a la cual había tenido que abandonar y por consiguiente dejaba a Mary sin nada. Se le interrogó durante varias horas, hasta que no pudo más y se derrumbó.

Sí, comisario, tiene razón, yo di la orden de que mataran a mi abuela y a mis tíos, yo os puse sobre la pista de mi tía Susan y de mi primo Angus, todos en la familia conocíamos sus existencias. Y por culpa de ellos me quedaba sin herencia.

Hemos revisado sus cuentas y tiene acumulado en el banco más de un millón de libras esterlinas y la casa de su abuela sería para usted. Fue una cláusula que añadió una semana antes de morir. ¿Lo sabía?

No, ahora qué más da. De todas maneras mi abuela solo se preocupaba por su querida Susan. Mis tíos sabían lo del dinero, mis padres antes de morir también lo sabían, pero todos callaban para no disgustar a mi abuelo y siguieron callando incluso después de su muerte.

Señorita Mary McAllistair la acuso formalmente del asesinato de Margaret McAllistair, Nick McAllistair y Malcolm McAllistair. —Se la llevaron a la carcel de mujeres de la ciudad donde le aguardaba un juicio para dictaminar cuál sería su condena por ordenar el asesinato de sus familiares. Por la noche aparecía su nombre y su foto en primera plana.

Charlotte McGregor apago la tele y se fue a dormir. La ciudad de Edimburgo acababa de vivir uno de los episodios más sangrientos de su tranquila existencia. Al salir de casa a la mañana siguiente se encontró de nuevo en el rellano con la señora McDonald que casualidad o no la estaba esperando de nuevo para contarle la noticia del arresto de la nieta McAllistair.

–Ah buenos días señora McDonald, si todo bien. Me voy a clase, adiós. —y la dejó con la palabra en la boca…

Una semana más tarde una señora mayor y su hijo paseaban por el cementerio de Dean en Edimburgo. Eran Susan la hija de Margaret McAllistair y Angus su hijo. Llegaron hasta una tumba en el cual rezaba el nombre de Margaret Alice McAllistair y depositaron sobre ella una rosa blanca y se fueron andando de nuevo hacía la salida.

El lago

Wilhelmina había nadado toda su vida, desde la edad de tres años, en el lago situado en el bosque cerca de la casa, que sus padres tenían en la región de los lagos al norte de Inglaterra. Pasaba todo el día buceando entre las plantas acuáticas y solo regresaba con sus padres para comer, cenar y dormir. El resto del año vivía en Manchester donde como cualquier joven iba al colegio, salía con los amigos y hacía deporte. No era difícil adivinar que tenía predilección para la natación. Había llegado incluso a competir para su colegio y ganar alguna que otra prueba. Pero todo esto cambió.

Un día que estaba nadando en el lago una tarde verano, las aguas empezaron a revolotear a su alrededor en un torbellino incesante y garras se pusieron a lacerar sus piernas hasta dejarlas completamente ensangrentadas. Wilhelmina gritaba de dolor, no entendía lo que pasaba. Llevaba años pasando los días de verano en estas aguas y nunca había presenciado nada extraño. Consiguió a duras penas salir del lago y vio con sorpresa que no había rastro de ninguna cicatriz sobre sus piernas y tampoco sentía ningún dolor. Por tanto la sensación vivida dentro había sido real. Había notado como le arrancaban la piel y como la sangre se iba derramando en el fondo del lago. Se pellizco fuertemente el brazo para ver si en realidad no estaba dormida y acababa de vivir la peor de las pesadillas pero no, estaba realmente a orillas del lago mirando las aguas cristalinas de este.

Como seguía sin creer lo que le pasaba, volvería al día siguiente y pasaría la mañana y la tarde nadando. Cuando llegó a casa saludó a sus padres y subió a su cuarto del cual solo bajó para cenar. Apenas probó bocado y después de ayudar a recoger la mesa volvió de nuevo a su habitación. Su mente solo pensaba en una cosa. Lo que le había sucedido en el lago. El dolor había sido real mientras estaba dentro pero luego fuera como si nada hubiera pasado. Dejó de pensar en ello y se durmió hasta bien pasada la mañana. Hoy no iría al lago, tenía que acompañar a su madre a la compra y estarían todo el día fuera. Cogieron el coche y se fueron hasta Ambleside la pequeña ciudad situada cerca de donde veraneaban y pasaron el día comprando todo lo necesario para la casa. Pasaron delante de la oficina de turismo y Wilhelmina pregunto a su madre.

–Mamá, ¿tú crees que tendrán información sobre los lagos?—preguntó mientras miraba el escaparate que anunciaba excursiones en barco en muchos de ellos.

–Wilhelmina, cariño, vaya pregunta me haces. Estamos en la región de los lagos, evidentemente que hay información sobre ellos. ¿Por qué te interesa tanto saberlo?

–Es que la profesora de historia nos ha pedido hacer un trabajo contando la historia y las costumbres del lugar donde vamos de vacaciones y como sabe que venimos aquí me ha pedido hacerlo sobre ello. —menuda mentira le acaba de contar a su madre. Evidentemente no le iba a contar el terrible incidente dentro del lago. —Ahora entraré y pediré información.

–Te espero en la cafetería de enfrente. No tardes mucho.

–Tranquila, nos vemos en un momentito.

–¿Te pido lo de siempre?

–Si, gracias. —Entrando en la oficina de turismo. —Buenas tardes, me gustaría tener información sobre el lago situado a orillas de la propiedad de los Walter.

–Claro señorita. ¿Qué tipo de información busca?

–¿Sabe si en este lago pasan cosas extrañas o si han ocurrido cosas extrañas?

–Hace muchos años pasó algo muy extraño. Se ahogó una joven, excelente nadadora por cierto y nunca encontraron su cuerpo dentro del lago.

–El lago no es muy grande. Qué raro que no lo encontraran.

–Señorita, perdone la pregunta, pero, ¿por qué le interesa tanto saber sobre este lago cuando hay lagos muchos más bonitos en la región?

–Porque soy Wilhelmina Walter y el lago está al lado de mi casa y me han llegado historias muy extrañas sobre él. Y usted al ser la oficina de turismo pensaba que me podía ayudar.

–Entiendo señorita Walter, por desgracia no le puedo contar más de lo que sé pero conozco a alguien que si podrá hacerlo.

–¿Quién?

–La vieja maestra que vive al final de la calle donde el cementerio.

–¿Por qué?

–Porque la joven que se ahogó en extrañas circunstancias era su hija. —Wilhelmina la miró y le dio las gracias. —Suerte señorita. Desde que murió la joven, la señora Smith ya no tiene toda su cabeza.

–No se preocupe. —contestó. – ¿Cómo se llamaba?

–Mary Caroline.

–Muchas gracias. —Salió de la oficina de turismo y se dirigió a la cafetería donde la esperaba su madre.

–Sí que has tardado. ¿Qué era eso tan importante e interesante que necesitabas saber?

–Nada, no te preocupes.

–Estás muy rara desde ayer noche. ¿Te pasa algo?

–No, ¿Por qué?

–Llevamos como 14 años veraneando aquí y ahora te interesas por los lagos. Algo te pasa y no me lo quieres contar. —Wilhelmina no contestó y siguió comiendo su trozo de tarta de zanahoria. A la noche tampoco siguió sin decir nada y contesto por monosílabas a su madre que la seguía interrogando sobre el porqué de su interés tan repentino sobre los lagos. Acabó diciéndole. —Lo siento no te puedo contar nada ahora. Buenas noches.

Al día siguiente volvió de nuevo al lago después de comer. Entró poco a poco pero no notó ninguna sensación extraña. Estuvo nadando un buen rato cuando de repente las aguas empezaron a moverse de nuevo y volvió a sentir sobre sus piernas las garras que le arrancaban los trozos de piel.

–Mary Caroline, por favor no. —gritó con todas sus fuerzas y de repente las garras dejaron de lacerar sus piernas. Entonces unas manos suaves cogieron sus tobillos y la atrajeron al fondo del lago y ahí la vio. Delante de ella nadaba la joven que se había ahogado unos años antes. Volvió a subir a la superficie y cuando estaba a punto de salir del lago, de nuevo la joven le fue arrancando la piel y la sangre brotó con más fuerza que antes. Por mucho que gritará su nombre, las aguas giraban y giraban a su alrededor como si les ordenaba hacerlo. Ya no podía aguantar más el dolor y con el último atisbo de fuerza que aún le quedaba consiguió salir del lago y de sus terribles aguas. Y de nuevo lo mismo. Ni rastro de dolor y ni rastro de sangre. ¿Qué pasaba en estas aguas para que lo que ocurría dentro de ellas desapareciera al salir? Mañana buscaría un pretexto para volver a la ciudad y hablar con la señora Smith. Volvió a casa y estuvo un rato viendo la tele, hacían un reportaje sobre Beatrix Potter en la cadena local. La escritora inglesa conocida en el mundo entero había donado sus tierras a la región de los lagos y la había dado a conocer a través de sus cuentos. Wilhelmina adoraba los cuentos de Peter Rabbit y sus amigos y cuando oyó que al día siguiente empezaba una exposición de dos días en Ambleside sobre la escritora encontró de repente la excusa perfecta para volver a la ciudad.

–Mamá, ¿podemos ir a ver la exposición sobre Beatrix por favor?

–Tu padre y yo no podemos pero si quieres te llevamos al bus que sale mañana a las 9 y luego vuelves por el de las 5 de la tarde. No es la primera vez que vas sola. —No fue necesario decírselo dos veces. —Ahora vamos a dormir. Es tarde y tienes que levantarte pronto si no quieres perder el autobús.

–Buenas noches, que durmáis bien.

Los rayos de sol a través de las cortinas despertaron a Wilhelmina que se levantó y después de asearse bajó a desayunar. Eran ya las ocho y cuarto y a las nueve partía el bus para la ciudad. Comió unas cuantas tostadas con mermelada de arandanos, tomó una taza de English Breakfast y partió para la ciudad. Durante los cincuenta minutos que duraba el viaje, pensó en su encuentro con Mary Caroline, que poder tenían las aguas para haber hecho de esta joven un ser como este y sobretodo se preguntaba si debía contarle la verdad a la señora Smith, decírselo ya, esperar o no contarle nada y guardar para siempre aquel secreto. Lo primero era conseguir hablar con ella y que esta la escuchase. No sería tarea fácil pero había que intentarlo. Luego según fueran yendo las cosas, entonces decidiría que hacer. De momento su idea era no contar nada pero todo dependía de la reacción de la señora Smith. Llegó por fin a la ciudad y aprovechó primero para visitar la exposición sobre Beatrix Potter de la cual hizo unas cuantas fotos. Como era ya la hora de comer, fue hasta una caravana donde vendían el típico fish and chips y pidió uno para degustarlo mientras caminaba hasta casa de la vieja maestra. Cuando alcanzó la vivienda llamó y después de unos segundos que se hicieron eternos, la puerta de abrió. Una diminuta mujer de pelo blanco la miró con sorpresa y le preguntó.

–Buenas tardes, ¿Qué desea, señorita?

–Soy Wilhelmina Walter y necesito hablar con usted de su hija Mary Caroline.—La puerta se cerró de golpe en su cara y oyó como la señora Smith toda cabreada se alejaba de la puerta. Espero unos minutos y volvió a llamar, nadie vino, aguantó delante de la puerta y volvió a darle al timbre varias veces hasta que cansada dio media vuelta y se alejó de la casa. Estaba ya a punto de pasar el umbral del pequeño jardín situado delante de la morada cuando la puerta se volvió a abrir

–¿Qué quiere de mi hija?

–Simplemente saber cómo murió porque me dijeron ayer que había muerto en el lago donde me baño todos los veranos. He oído rumores sobre aquel lugar y ayer me comentaron que usted podía darme más detalles.

–Pase. —abriéndole la puerta. —Siéntese. ¿Quiere una taza de té?

–Por favor, gracias. —contestó amablemente.

–Mi hija Mary Caroline no es que fuese una gran nadadora pero se defendía muy bien e iba a bucear por los lagos.

–Disculpe la intromisión pero ayer me comentaron que era una excelente nadadora.

–Si comparamos con el resto de sus compañeras de clase si no creo que hubiese competido en las olimpiadas.

–Señora Smith, cuénteme como murió.

–Se ahogó delante de una amiga sin que esta pudiese salvarla. Simplemente fue engullida por el agua.

–¿Sabe dónde puedo encontrar su amiga?

–En el hospital de Manchester encerrada de por vida en una habitación sin hablar.

–¿Qué hospital?

–No va servir de nada que se lo diga, no recibe visitas. Solo la pueden ver los médicos. Pero dígame, usted realmente que quiere de mí. Tengo la intuición que me oculta algo y no se atreve a decírmelo. Sea lo que sea, cuéntemelo, ya he oído tantas barbaridades sobre mi hija que usted me puede contar una más.

Wilhelmina se puso colorada y miró su taza de té casi fría. No tenía escapatoria, tenía que contárselo. —Señora Smith, lo que le voy a relatar es seguramente la cosa más inverosímil que usted haya escuchado sobre su hija. Le pido por favor que no me interrumpa. Ayer vi a su hija y su hija está viva. No viva en la tierra pero viva en el lago donde vive desde entonces. No le puedo explicar cómo ha pasado de ser un ser terrenal a ser un ser acuático pero así es.

–Usted se está riendo de mí. Váyase ahora mismo de mi casa.

–No señora Smith, no me estoy riendo de usted, lo que le cuento es verdad. He hecho un viaje de una hora en autobús desde el pueblo para venir a verla y contarle lo que había pasado. Le puedo contar también que su hija se convierte en una bestia y hierre a los demás hasta dejarles los miembros ensangrentados y provocándoles un dolor extremo.

–Mi hija está muerta y bien muerta.

–Entonces dígame donde está enterrada y enséñeme su tumba.

–No puedo.

–Porque no encontraron su cuerpo. No lo encontraron porque Mary Caroline vive para siempre dentro del lago. No es necesario que me diga que rastrearon todo el lago y que no la encontraron.

–Señorita Wilhelmina, ¿qué tengo que hacer para creerla?

–Venir conmigo al lago y bañarse en él.

–No sé nadar muy bien.

–No se preocupe le ayudaré. —Mirando su reloj. —Tengo que irme el bus de vuelta sale en 15 minutos.

–Olvídese del bus, la llevaré en coche y me llevará hasta el lago a ver a mi hija. Y si todo lo que me ha contado es mentira, la denunciaré en los tribunales por estafadora.

–Señora Smith, usted cree que hubiera hecho un viaje de una hora hasta aquí para contarle historias. No, he acudido hasta usted porque he estado con su hija en el fondo del lago. Las aguas tienen un poder que desconocemos. Incluso me sorprende que no me haya pasado algo raro antes.

Durante todo el viaje, no intercambiaron una sola palabra. Llegaron casa de Los Walter, no había nadie. Wilhelmina encontró una nota de sus padres diciéndole que estaban tomando el té con los vecinos que vivían al final de la calle y volverían para cenar. Eso le daba unas dos horas de tiempo para bajar hasta el lago. Caminaron por el sendero que les condujo hasta la extensión de agua. Se quitaron la ropa y entraron juntas. La joven empezó a bucear y a hundirse dentro del lago en busca d Mary Caroline. Movió con rapidez sus piernas para hacer notar su presencia. Una mano le cogió el tobillo y la atrajo hasta el fondo. Wilhelmina llevaba alrededor de la muñeca un pañuelo de seda naranja que la señora Smith le había dejado. Esta prenda fue el último regalo que le hizo su hija antes de ahogarse. La joven del agua la miró y le preguntó.

–¿Quién te ha dado esto?

–Tu madre, está fuera en la orilla del lago. Quiere verte. —Algo extraño pasaba desde luego en este lago. Wilhelmina hablaba con Mary Caroline sin ahogarse. —Merece saber que ha pasado contigo. Lleva meses esperando que alguien le anuncie que han encontrado tu cuerpo.

–Tráela aquí contigo. No sabe nadar. Ayúdala por favor. —Wilhelmina salió del agua y llamo a la señora Smith. La llevó en las profundidades del lago y entonces vio a su hija nadando delante de ella.

–¿Hija, eres tú?

–Hola, mamá. Si soy yo. ¿Sorprendida?

–No sé qué decir. —girándose hacia Wilhelmina. —Siento haber dudado de usted señorita. Le pido que me disculpe.

–No pasa nada señora Smith. Yo también hubiera dudado si me hubieran contado esto.

–Mary Caroline, ¿qué te pasó?—pregunto su madre.

–Las aguas, mamá, han sido las aguas que me han atrapado para siempre y ahora soy parte del mundo del lago.

–¿Cómo podemos estar respirando y hablando contigo ahora mismo sin ahogarnos?

–Porque estáis conmigo. Pero vosotras podéis volver al exterior, yo ya no. Mi vida está aquí. Pensé que me moría aquel día pero he aprendido a vivir con ello y ahora soy feliz.

–Seguro que hay una manera de que vuelvas a la superficie y vuelvas a casa. Encontremos alguna excusa para explicar tu vuelta a los demás.

–No, mamá, no se puede. Ya soy más pez que humana.

–¿Nos volveremos a ver?

–Ven a verme el día de mi cumpleaños únicamente y nadaremos juntas. Ahora os tenéis que marchar si no queréis que las aguas os atrapen para siempre en el fondo del lago.

Wilhelmina se despidió de la joven. Empezaba a nadar pero una fuerza la retenía y le impedía subir a la superficie. —Señora Smith por favor, venga conmigo, su hija ya le ha dicho que si no sube quedará usted atrapada para siempre como ella por las aguas.

–Me quedo con mi hija. —Le contesto la maestra a la joven. —La he perdido una vez no quiero perderle una segunda. Las aguas me convertirán en un ser como ella y viviremos felices las dos.

–Mamá, no, no quiero que te vengas. Tienes tu vida en Ambleside, por favor sal del lago ahora. Te lo suplico. —Pero no hubo manera, soltó la señorita Walter que ya nadaba hacía la superficie dejando las dos mujeres Smith en las aguas del lago. Apenas había salido, las aguas empezaron a hacer un enorme remolino girando a gran velocidad y el pañuelo de seda naranja fue expulsado a la orilla. Lo tomó y dentro encontró una flor. Recogió sus cosas y volvió a casa justo a tiempo antes de la llegada de sus padres para cenar.

Unos minutos mas tarde.

–Wilhelmina, ya estamos aquí.

–Hola, mamá. ¿Que tal?

–Bien, hija, bien. ¿Tú?

–Muy bien, estoy un poco cansada pero mañana os enseño las fotos de la exposición sobre Beatrix Potter. –No les diría lo que le había pasado estos días. Este secreto se iría con ella a la tumba. ¿Volvería a verlas? No lo sabía. Ella seguiría bañandose como si nada en el lago cada verano. Mañana marchaba de nuevo para Manchester donde empezaría historia del arte.

La muerte llega

En la oscuridad de su ataúd agarró y tiró de la anilla con todas sus fuerzas. Por desgracia la cuerda estaba cortada y la campana no repicó. Volvió a tirar de ella pero nada. Ningún sonido se escuchó en la lejanía. No lo entendía. Había oído tantas historias de personas que se habían salvado y habían vuelto al mundo de los vivos que no llegaba a entender por qué desgracia a él no le estuviera pasando lo mismo. Usó del poco aliento de vida que aún le quedaba y con toda su energía gritó o intentó gritar. Un leve sonido salió del fondo de su garganta pero retumbó entre las paredes de madera de la que iba ser su última morada para el resto de la eternidad. Tenía que intentarlo de todas las maneras. Empezó a golpear hasta hacerse sangre los nudillos de las manos.

Los segundos se hacían eternos y su vida iba desfilando delante de sus ojos. Iba recordando su infancia en el castillo de Malahide con sus primos donde jugaban al escondite en el bosque. Se acordó de los bailes que organizaba su tío el conde y de su primer encuentro con Lady Charlotte, tan guapa y elegante pero desaparecida trágicamente en el mar durante un paseo en barco. Fue algo que le costó superar pero con el paso de los años lo consiguió. Y así durante unos pocos segundos todos sus recuerdos vinieron a su mente. De repente llegó su salvación o eso pensó él. En la lejanía oyó el ladrido de un perro. Ya no le quedaba ánimo pero lo volvió a intentar. Gritó de nuevo y siguió golpeando con más rigor contra la madera fría del ataúd. Nunca había creído en Dios pero le pidió con todas sus ganas vivir. No quería morir. ¿Por qué lo habían enterrado? ¿Qué había pasado? Tantas preguntas sin respuestas. Se escuchó de nuevo a lo lejos un ajetreo. El perro estaba cada vez más nervioso y cada vez ladraba con más fuerza encima del montón de tierra que cubría el ataúd. Empezó a escarbar y a echar la mezcla de arena, arcilla y turba a cada lado hasta llegar a la madera.

Tumbado en la fría caja, volvió a rezar a Dios pero no pudo más. El único consuelo que le quedó antes de morir era que se reuniría después de tantos años con su amada. Ya no le daba miedo morir, ya no le importaba volver al mundo de los vivos. Estaría de nuevo con ella. Era el final y en un último suspiro su vida se apagó para siempre.

 

Ariane en el bosque encantado Capitulo final

Ariane, acompañada de su niñera Margaux, llegó hasta el parque que atravesaban cada día para llegar antes a casa. Les encantaba pasear por él y quedarse un rato observando los patos en el lago. No era tan grande como Hyde Park, pero les gustaba. Además quedaba cerca de casa y la señora Mayfair les dejaba estarse un poco antes de volver a casa.

–¡Buenas tardes! Ya estamos aquí.

–¡Buenas tardes cariño! ¿Cómo ha ido la visita del museo?

–Muy bien, me ha gustado mucho. ¿Podremos volver con Papa y Margaux?

–Claro, pero más adelante. Tu padre ahora tiene mucho trabajo en el banco y yo tengo que preparar la cena de la parroquia para recaudar dinero para el comedor social. ¿Margaux, me ayudarás?

–Claro señora, será un placer.

Ariane no paraba de mirarse la espalda.

–Cariño, ¿te pasa algo?

–No, todo lo contrario.

–Pues entonces deja de mirar tu espalda. Te vas a torcer el cuello. Una señorita tiene que ir con la cabeza alta y recta.

–De acuerdo. Mama, ¿Crees en las hadas?

–No, las hadas no existen. ¿Por qué me lo preguntas?

–Porque si creyeras en ella verías ahora mismo una de ellas.

–Ariane, creo que necesitas irte a la cama ya. Te has levantado pronto para ir al museo y estarás muy cansada.

–No, madre, no estoy cansada. Me encuentro perfectamente bien. Margaux, dile a mi madre que las hadas existen y que tú las has visto.

–Ariane, no molestes a Margaux con estas cosas. Disculpe Margaux mi hija tiene unas ideas muy originales desde hace un tiempo. Un día se levantó diciendo que era enfermera en un castillo y al día siguiente Maria Estuardo en Edinburgo. Cosas de niñas pequeñas. —Ariane miró muy enfadada a su madre. Lo de la enfermera y Maria Estuardo era una invención suya pero lo de las hadas era verdad. Ella mismo era una de ellas. —Sube a cambiarte y por favor deja de pensar en hadas y demás cosas sin sentido.

–Pregúntale a Margaux y a la señora Hammer. Ya verás lo que te dicen.

–Sube a tu cuarto ahora mismo y no bajes hasta que no te lo diga. Ya me has cabreado bastante con tus historias. —La niña sin mediar palabra fue subiendo las escaleras y las luces de la casa empezaron a parpadear una tras otra sin cesar. La intensidad del parpadeo iba en aumento mientras Ariane iba subiendo las escaleras.

–¿Alguien me puede decir que está pasando aquí?

–Si me permite señora, escuche por favor a su hija. Por una vez no está contando ninguna cosa extraña. Ya sé que la imaginación de los niños es muy grande pero está vez es verdad. Yo tampoco quería creerlo pero me convenció. Arianne, cálmate y baja, le vas a explicar a tu madre lo que pasa.

–Margaux, ¿usted cree en las fabulaciones de mi hija?

–No pero en esta si porque la he presenciado. Su hija solo le pide una cosa para convencerla de que las hadas existen.

–Dígame que tengo que hacer.

–Creer en ellas.

–Pero las hadas no existen. ¿Cómo voy a creer en ellas?

–Lo que ha pasado con las luces no es algo natural. Piense un poco.

–Me está diciendo que todo esto es obra de mi hija. ¿Quiere hacerme creer que mi hija tiene algún poder o don especial?

–Así es señora Mayfair, y si no fuera el caso no insistiría.

–Ariane, por favor, ¿qué quieres que haga?

–Que pienses en las hadas y creas en ellas, por favor. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos cuando estés convencida de ello.

La señora Mayfair miro su hija, miro a la niñera que a su vez miraba a la pequeña. Creia en Dios, en un ser invisible, por qué no iba creer también en las hadas. Cerró los ojos y pensó en las hadas. Estuvo un buen rato con los ojos cerrados y cuando volvió a abrirlos vio a su hija envuelta en una luz de purpurina y diamantes. La niña se giró y su madre pudo ver las dos alas que salían de su espalda.

–¿Me crees ahora?

–Pero ¿por qué nunca me he dado cuenta antes? Dime algo. ¿Cómo lo has descubierto?—La señora Mayfair miraba asombrada a su hija.

–Entrando en el bosque

–Te dije que estaba prohibido ir ahí, me han contado cosas terribles sobre aquel bosque.

–¿Estas cosas terribles son que viven ahí seres muy especiales?

–No me han dicho nada, solo que era peligroso entrar en él.

–Mama, mañana vendrás conmigo e iremos al bosque. Te prometo que no te pasará nada. Ya es de noche y seguramente mi hada madrina y sus amigas ya estarán durmiendo.

–¿Tú hada madrina? ¿Qué tontería es esta?

–Señora—dijo Margaux—su hija no dice ninguna tontería. Es verdad. Mañana la conocerá. Ahora si nos disculpa, vamos a cenar algo, Ariane tendrá hambre, y subir a dormir…

El señor Mayfair llegó del trabajo y vio que su mujer estaba un poco nerviosa.

–Buenas noches querida, ¿todo bien?

–Sí, todo bien, gracias.

–¿Dónde está Ariane?

–En la cocina con Margaux. Ve a verla, tiene algo que contarte. Y por favor escúchala…

El señor Mayfair volvió unos cuantos minutos más tarde con cara de asombro.

–Nuestra hija es un hada.

–Así es. Y mañana nos va presentar a su hada madrina. Vamos a dormir. —Subieron a dar las buenas noches a su hija el hada y se fueron a su habitación. —Que duermas bien. Hasta mañana…

La señora Mayfair se levantó pensando que sería la primera en hacerlo pero al llegar al comedor de invierno donde desayunaban alguna vez, vio que la mesa ya estaba puesta y en ella estaban sentada una señorita muy diminuta junto a su hija y la asistenta.

–Buenos días mama, te presento a la señorita Perlimpimpin, mi hada madrina. Hemos ido a buscarla para que desayunara con nosotros y la conocieras.

–Encantada de conocerla señorita Perlimpimpin, bienvenida a mi casa.

–Gracias señora Mayfair. Un placer conocer por fin la señora de esta bonita casa. La veo cada día desde el bosque y siempre he sentido curiosidad por ella. La tiene decorada con mucho gusto.

— Me alegra que le guste. Puede venir cuando usted quiera.

–Será un placer para mí hacerle otra visita. Deseo que usted me haga el honor de visitarme en el bosque junto a mi querida ahijada y su encantadora niñera. Espero poder recibirla con el mismo trato exquisito que usted está teniendo conmigo.

–Estaré encantada de ir a verla…

Ariane miró a su madre y a su hada madrina. La vida en casa iba ser muy animada a partir de ahora y los paseos al bosque serian cita obligada cada día…

Ariane en el bosque encantado capitulo 5

Era domingo y había mucho movimiento en casa de Los Mayfair. Habían decidido ir de picnic a Hyde Park después del oficio religioso. Margaux había ayudado la señora de la casa a preparar la comida, unos cuantos bocadillos y una ensalada. Ya comprarían las bebidas en el mismo parque. Fueron a misa y volviendo empezó a llover, el agua iba cayendo con más fuerza y llegaron a casa empapados. Entraron y esperaron un rato a ver si dejaba de llover pero el agua se transformaba ahora en granizo.

–Lo siento pero no vamos a poder ir de picnic, tendremos que dejarlo para la próxima semana. Nos quedaremos aquí.

–Ohhhh no. Seguro que va hacer buen tiempo y va salir el sol. —dijo Ariane toda triste.

–Ya es tarde para ir, además es la hora de comer. Ayuda Margaux a poner la mesa. Comemos en el comedor de invierno.

La comida y la tarde transcurrieron sin ningún incidente. Ariane subió a su cuarto seguida de Margaux.

–¿Sigo teniendo mis alas?

–Sí, las tienes. Y como te dije son muy bonitas.

–¿Por qué no vamos al bosque?

–Porque llueve y sobretodo porque están tus padres.

–Bueno, no se lo decimos. Decimos que vamos a dar una vuelta por el jardín y una vez al final del camino desde casa no nos pueden ver.

–Ariane, no, hoy no. Además llueve mucho. Vamos a jugar aquí con las muñecas.

–No tengo ganas de jugar, quiero ir al bosque.

–No podemos. Vamos a bajar a merendar. ¿Te apetecen tostadas con mermelada de naranja?

–Bueno—dijo sin estar muy convencida.

Una vez en la cocina Margaux preparó tostadas para todos. La mermelada de naranja era una de las especialidades de Inglaterra y la señora Mayfair era una experta.

–¿Es mañana que vas a Greenwhich?

–Si, vamos a ver el museo marítimo. El señor Nelson.

–Un gran marinero, un héroe. Te gustará y espero que me lo cuentes todo con detalles…

Después de una noche sin incidencias Ariane bajo a desayunar y se preparó para ir al colegio. Hoy era la excursión y por suerte hacía buen tiempo. Como salían del colegio, llevaría el uniforme de visita. Vestido, chaqueta y gorra con el escudo del colegio…

La clase llegó al embarcadero y cogieron el barco hasta Greenwich. El paseo duró una hora. Al llegar, les estaba esperando el director del museo. Lo siguieron y entraron en el establecimiento. Era un museo pequeño pero albergaba algunas cosas del gran almirante, vencedor de la batalla de Trafalgar.

–¿Ariane, te pasa algo?

–No señora Hammer. ¿Por qué?

–No paras de mirarte la espalda. ¿Te duele?

–No, no me duele. Miro mis alas de. —De repente no dijo nada y miro a otro lado.

–¿Qué es eso de alas?—preguntó toda intrigada la señora Hammer.

–Oh nada nada, solo me imaginaba con ellas. Como las de las hadas.

–Ariane, que son estas historias de alas y de hadas. ¿Me lo puedes explicar?

–Señora Hammer, ¿cree en las hadas?

–No, no creo, solo están en los cuentos.

–No es verdad, las hadas existen. Si usted cree ahora en ellas verá una.

–Ariane, deja ya de decir tonterías y estate atenta a la visita.

–Usted no me cree. Usted es como todas las personas adultas.

–No es que no la crea, simplemente me está pidiendo que lo haga hacia una cosa que no existe. Sigamos con la visita y no discutamos más. —Ariane cerró los ojos y levantó los brazos en alto y la sala se llenó de una luz que brillaba más que todas las estrella del cielo reunidas. — ¿Ariane se puede saber qué pasa?

–Nada señor Hammer.

–Lo que ha pasado, ¿qué ha sido?

–Nada, no ha sido nada.

–Ariane, dime que ha sido ahora mismo.

–No cree en las hadas, no ha sido nada.

–Volvemos a lo mismo. De nuevo esta historia de hadas.

–Para que se lo voy a explicar si usted no cree en ellas.

–Y esa luz de repente en medio de la sala me lo puedes explicar.

–Ya se lo he dicho señora Hammer, si usted no cree en las hadas no se lo puedo explicar.

–Me estás diciendo que crea en algo en el cual no creo.

–Si. Hable con la señora Margaux mi niñera. Ella me ha visto.

–¿Qué ha visto?

–Que soy un hada.

–Ariane, me voy a enfadar y no lo quiero. —La niña no volvió a decir nada. —Vamos a ver el cuadro de la batalla de Trafalgar. ¿Sabes quién gano esa batalla?

–No señora Hammer.

–Lord Nelson.

–Ah—dijo Ariane que pensaba en otra cosa y seguía enfadada con su maestra. Llegaron delante del cuadro y de repente los barcos pintados por JMW Turner empezaron a moverse dentro del mismo. La que hacia esto era ella, lo sabía.

–Señorita Mayfair, venga aquí ahora mismo. Pare esto ahora mismo

–No puedo

–¿Cómo que no puede?

–Si una de las personas en la sala no cree en las hadas, un hada no puede parar su hechizo.

–Me vas a volver loca y voy a tener que hablar con tus padres. Y ahora hazme el favor de parar esto ahora mismo. —Ariane salió de la sala donde estaba expuesto el cuadro y los barcos quedaron tal cual los había pintado el famoso pintor paisajista inglés. La visita termino sin más incidencias. Volvieron al colegio donde les esperaban las niñeras para llevarlas a sus respectivas casas.

–Señorita Margaux, ¿puedo hablar con usted un momento?

–Si claro. Digame señora Hammer. ¿Qué pasa?

–Estoy inquieta por Ariane. No para de decir que es un…

–Un hada.

–¿Cómo lo sabe?

–Porque lo he visto con mis propios ojos. Tiene alas de purpurina y diamantes en la espalda.

–¿Por qué no las veo?

–Porque seguramente no crea. Si cree lo vera.

Entonces la señora Hammer cerró los ojos y pensó en las hadas todo lo que pudo y los volvió a abrir y entonces las vio. Dos alas en la espalda de Ariane Mayfair que brillaban. — ¿No puede ser? Estoy soñando.

–No señora, no está soñando es real.

–¿Sus padres lo saben?

–Aun no, dejeme por favor hablar con ellos.

–Ariane, cariño, puede venir. Siento no haberte creído. Tus alas son muy bonitas.

–Gracias—Abalanzándose al cuello de su maestra.

–Hasta mañana Ariane.

–Hasta mañana señora Hammer.

Ariane junto a Margaux volvió contenta a su casa…

Ariane en el bosque encantado capitulo 4

De pronto las luces giraban y giraban a más velocidad y una voz se oyó a lo lejos dentro del bosque. Poco a poco se acercó dónde estaba Ariane que se sobresaltó al ver delante de ella una pequeña señora con un sombrero adornado con flores y estrellas.

–Buenas tardes Ariane, no lo sabes aun pero eres una hada.

–¿Qué soy qué?

–Una hada.

–No puede ser. Si fuese un hada, tendría alas en la espalda y una varita mágica como en los cuentos.

–Espera un momento y veras.

–Si pero quien eres—preguntó Ariane a la pequeña señora.

–Soy tu hada madrina.

–Pero si mi madrina es la señora Parker, la amiga de mama.

–Si, si desde luego pero las hadas tenemos también nuestras madrinas. Cuando seas mayor te convertirás en la hada madrina de otra más joven.

–¿Por qué nunca me han dicho nada mis padres? ¿Por qué siempre me han prohibido venir al bosque?

–Porque como todos los adultos, no creen en la magia. Gran Bretaña está llena de magos, de duendes, de hadas, los adultos no lo ven pero los niños sí. Tus padres piensan que en el bosque hay bestias maléficas. ¿Quieres saber lo que hay en el bosque?

–Si, por favor.

–Acompáñame.

Mientras tanto en la casa, su hermanita Charlotte se había despertado. Margaux que estaba a cargo de su cuidado y del de Ariane salió de su habitación en busca de la pequeña. Paso delante del cuarto de la mayor pero no la llamo. Ayudo la pequeña a vestirse y bajaron a la cocina. Cuando ya estaba instalada para merendar llamó a la joven que no le contestó. Buscó por toda la casa, por todas las esquinas. Ariane era adicta a esconderse pero siempre se dejaba encontrar al cabo de un momento. Esta vez nada, ni rastro.

–¿Dónde se habrá metido?—dijo para sí misma la joven niñera. — ¿No habrá ido al bosque? Lo tiene prohibido, lo sabe. Y sus padres que llegaran en unas horas. —No sabía qué hacer. Esperó que la pequeña acabase de merendar y la puso en el carrito y bajó con ella paseando hasta el bosque. Llegando a la orilla, oyó voces y enseguida reconoció la de Ariane.

–Ariane, ¿dónde estás? Vuelve enseguida a casa.

–Soy un hada, tengo alas de purpurina y diamantes en la espalda.

–Sal del bosque ahora mismo, tus padres van a llegar en un par de horas.

–Oh no, ven tú, mira qué bonito.

Miró hacía la casa, miró al cielo y entro en el bosque siguiendo la voz de Ariane. De repente se encontró con la niña, con la que llevaba meses conviviendo y compartiendo tantas cosas, que hacia girar su varita mágica de la cual salían destellos de luz. Se giró y entonces se vieron sus dos alas que brillaban en su espalda.

–¿Ariane, eres realmente tú?—dijo Margaux.

–Si señorita Margaux, soy yo, soy un hada. Mira tengo alas.

La joven escocesa que había venido desde la isla de Skye hasta Londres para trabajar en la gran ciudad de Londres no podía creer lo que veían sus ojos. La niña de la cual cuidaba era realmente un hada.

–Muy bonitas alas. ¿Pero por qué no las puedo ver en casa?

–Porque usted no cree en la magia. —dijo acercándose la pequeña señora.

–¿Quién es usted?

–El hada del sombrero de flores y estrella, hada madrina de Ariane.

–¿Hada madrina? No puede ser real, estoy soñando y viviendo dentro de un cuento. Las hada no existen, solo están dentro de la imaginación de los escritores.

Ariane dio un golpe con su varita y un collar de perlas se envolvió alrededor del cuello de Margaux. —Tócalo es real, es un collar de perlas, es para ti. Es un collar mágico. Será nuestro secreto. ¿Ahora crees en la magia?

–Si, ahora sí, pero tenemos que volver a casa. Van a llegar tus padres y si no nos ven se van a preguntar qué pasa. Di hasta mañana a tu hada madrina. Te prometo que volveremos al bosque.

–¿Seguro?

–Seguro, pero ahora nos vamos ya para casa.

Se despidieron del hada madrina de Ariane que se llamaba Madame Perlimpimpin y salieron del bosque. La asistenta seguía viendo las alas de la niña cuando salieron del bosque.

–Veo tus alas.

–Eso es porque crees en la magia. Papa y mama no creen en la magia, no verán mis alas.

–Tus padres tienen mucho trabajo, no tienen tiempo de pensar en la magia.

Llegaron a casa justo a tiempo. Un momento más tarde se oía la llave de la puerta de entrada girando dentro de la cerradura.

–Ya estamos aquí.

–Papa, mama. —gritó toda contenta Ariane. —Estamos aquí. Mira, soy. —Pero se calló y no dijo nada. De todas maneras sus padres no iban a creerla.

–¿Os habéis portado bien?

–Si, muy bien. —mirando Margaux que le sonreía.

–Ahora a cenar y luego a la cama. Mañana nos iremos a hacer un picnic a Hyde Park. ¿Te apetece?

–Oh si claro. Voy a mi habitación a cambiarme.

–Ariane, ¿se puede saber porque llevas purpurina en la cabeza?

Pero la joven ya estaba subiendo la escalera y no contestó. Algún día sus padres creerían en la magia pero, ¿cuándo?

 

Ariane en el Bosque encantado Capitulo 3

Una cosita peluda se subió a la cama y despertó a Ariane que dormía profundamente. Era Max el West Highland Scottish Terrier de la familia que vivía con ellos desde el verano pasado. Se lo habían traído de Escocia y era uno más de la familia. Se levantó y bajó hasta la cocina para desayunar pero el sol ya brillaba demasiado para que fuese aun temprano por la mañana.

–¡Buenos días!—dijo entrando pero nadie le contesto.– ¿Hay alguien?—preguntó de nuevo pero igual que la primera vez, solo tuvo el silencio como respuesta. La casa era grande, constaba de tres plantas, decidió entonces ir en busca de sus padres. Media hora más tarde no había nadie, ni sus padres ni su hermana pequeña ni la asistenta de su madre en todas las tareas de la casa. Empezó a sentirse mal y fue presa del pánico. Sus padres sí que debían irse pero, ¿las demás? Se dio cuenta que no había mirado en el salón de verano y entonces ahí encontró a su hermanita y Margaux la asistenta.

–Os he buscado por toda la casa, creía que me habíais dejado sola. ¿Por qué Papa y Mama no han venido a decirme adiós antes de irse?

–Ariane, cariño, sí que han ido pero estabas tan dormida que no quisieron despertarte. Ven y siéntate, estaba leyendo una historia a tu hermanita, acaba de quedarse dormida. ¿Quieres que hagamos algo especial hoy?

–Tengo hambre, quiero comer algo.

–Claro, vamos pues a la cocina. – Una vez ahí, se sentó frente a la gran mesa de madera y esperó que la niñera le preparase un pequeño almuerzo para aguantar hasta la hora de comer. Levantó la cabeza y frente a ella había un cuadro representando una escena campestre a la entrada del bosque. Ariane comió muy deprisa la rebanada de pan tostado con mermelada de naranja.

–Ariane, cuidado, no comas tan rápido, luego estarás malita y no podrás ir a jugar con tus amigas.

–Es que tenía mucha hambre. Voy a vestirme y a jugar en el jardín un rato.

–Acuérdate que no puedes ir al bosque. Sabes que lo tienes prohibido. ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta con Max y tu hermanita cuando se despierte?

–De acuerdo, pero antes voy a jugar un rato en el jardín. —Subió a su cuarto, cogió su ropa, se aseo en el cuarto de baño y una vez vestida salió al jardín. Paseo por el césped hasta llegar al fondo del jardín. Había llegado al linde del bosque. Giró la cabeza y vio la casa a lo lejos. Era imposible que alguien desde allí la viese. Se acercó más y entró en el bosque. De repente, una luz multicolor revoloteó alrededor suyo con una suave música. Ariane empezó a bailar, hoy había puesto su vestido de lazos verdes y azules, y a dar vueltas al son de la música. Salió del bosque y tanto la luz como la música desaparecieron. A lo lejos ya oía Margaux llamándola. A la tarde volvería al bosque. –Ya voy. —Gritó mientras corría hasta la casa. —Me he paseado por el jardín. —La mujer la miró muy enfadada.–¿Has ido al bosque? – No contestó y miró sus botas todas llenas de purpurina multicolor. ¿De dónde había salido?—Solo me he paseado en el jardín, nada más. —Margaux que tampoco quería ser demasiado estricta con ella, la cogió de la mano y la llevó con ella dentro de casa. – No sé dónde te has metido y ni quiero saberlo pero vas llena de polvo multicolor. —Unos minutos más tarde iban paseando por las calles de Londres con Charlotte la hermana pequeña y Max. Tenían una hora antes de volver para la comida del mediodía. Mientras caminaban por las calles del barrio se cruzaron con vecinas a las cuales saludaron y con las que intercambiaron cuatro amabilidades. Siguieron su camino y giraron en la siguiente calle, cruzaron por el pequeño cementerio y volvieron a casa.

–Sube un momento a tu cuarto si quieres mientras preparo la comida. Enseguida te llamaré. Tu hermana está dormida. – ¿Puedo?—pero se calló y no continuó la frase. Era mejor no preguntar para salir al jardín. Esperaría pues a la tarde cuando tanto la niñera como su hermanita estuvieran dormidas haciendo la siesta para ir de nuevo al bosque. ¿Que podían ser estas luces multicolores que la habían cubierto de polvos brillantes? – Fue a la biblioteca y tomo el libro sobre los planetas que su padre había dejado para ella sobre la mesa y se sentó a leerlo. Fue interrumpida por la campanilla que anunciaba la hora de la comida. – Ya estoy aquí. —dijo toda sonriente y llegando a la cocina. Estaba en la biblioteca leyendo el libro sobre los planetas. Es muy interesante. Sabes, la semana que viene vamos al planetario de Greenwich a ver las estrellas y los planetas. Papa me dijo ayer que había muchas cosas sobre un señor llamado Nelson.

–Si un gran marinero. Ya te contará tu padre un poco más sobre él, mientras tanto siéntate y come.

–¡Qué bueno! Me encantan las croquetas. Cuando sea mayor quiero aprender a hacerlas. ¿Me enseñaras?

–Cuando seas mayor yo ya no estaré.

–¿Por qué?

–Porque justamente, serás mayor y ya no me necesitaras.

–Pero yo no quiero que te vayas y está Charlotte.

–Ya hablaremos de esto en otro momento. He hecho una crema de vainilla para postre y un pastel de manzanas para merendar. – acabaron la comida y todos subieron a descansar un rato. Ariane, no tenía sueño, tenía que volver al bosque. Esperó un rato, pasó delante de las habitaciones y vio que ambas dormían profundamente. Tenía vía libre para ir al bosque. Volvió a su habitación, cogió su abrigo, su gorro y sus guantes de lana y bajó sin hacer ruido hasta la puerta trasera de casa. Calzó sus botas de agua, salió al jardín y corrió hasta el bosque. Entró y como antes de comer las mismas luces multicolores y la misma música. Olvidó que tenía que volver antes de que se despertaran Margaux y Charlotte y se dejó llevar por los destellos de luz y los notas musicales.

Ariane en el bosque encantado Capitulo 2

Los diez minutos del recreo transcurrieron como cada día. De costumbre pasaba un rato con sus amigas hablando de cosas y de otras pero hoy no estaba muy animada para ello y apenas hablaba. Sus pensamientos la tenían absorbida en otro lugar que no era precisamente el patio de recreo. Sus compañeras de clase pronto se dieron cuenta.

— Ariane, ¿Te pasa algo?—preguntó su amiga Astrid.

— No, no me pasa nada, estoy bien. —contestó mirando al vacío. No os preocupéis por mí. Si me pasará algo os lo diría. —La campana anuncio el final del recreo y todas volvieron a clase. — Siento no poder quedarme con vosotras después de clase, tengo que volver enseguida a casa.

— De acuerdo. —Le contestaron sus compañeras que se miraban con caras incrédulas. No entendían la actitud de su amiga pero no le hicieron más preguntas. Entraron en el aula y siguieron con la clase. Las horas pasaron muy lentamente para Ariane que solo pensaba en el bosque. Mañana era sábado, sus padres tenían un importante viaje de negocios y no volverían hasta tarde por la noche. Se quedaría con la niñera y su hermana pequeña. Tendría toda la noche para elaborar un plan al fin de poder escapar de la vigilancia de la persona que sus padres habían contratado para cuidar de ella mientras ellos estaban fuera y para ayudar a la señora Mayfair, que así se apellidaba la familia, en este tipo de tareas. De nuevo la campana sonó, indicaba el final de la clase. Ariane recogió rápidamente sus cosas, sus amigas la esperaban para volver con ella. Las acompaño un trozo de camino y las dejo delante de casa de Ariette. Después de despedirse de sus amigas, aceleró el paso hasta llegar a su casa. Una merienda caliente la esperaba en la mesa del salón de invierno. En toda mansión inglesa que se precie debía haber un salón de invierno y uno de verano.

— ¿Cómo ha ido el colegio?—preguntó su madre

— Bien, gracias. El lunes vamos al museo Victoria y Alberto.

— Victoria y Alberto fueron unos grandes monarcas e hicieron grandes cosas por Inglaterra. Por eso hoy puedes visitar uno de los museos que lleva sus nombres. Sabes que la medalla que lleva en la solapa de su traje de trabajo tu padre se la entregó la mismísima reina por donar parte de sus ganancias personales a proyectos benéficos a nombre de la soberana. —Ariane miraba por la ventana y no escuchaba ya a su madre contarle historias de la monarquía inglesa. Estaba de nuevo en el bosque. Su madre se percató de ello. —Ariane, cariño, ¿me estás escuchando?

— Si,– contestó volviendo a la realidad. – Estoy bien, solo necesito subir a mi habitación un ratito. Voy a jugar un poco con mis muñecas. Bajaré luego para cenar a la hora de costumbre.

— Recuerda que mañana tu padre y yo nos vamos a Brighton y que volveremos muy tarde.

— Lo sé. No te preocupes por mí. Ya sé cuidar de mi misma.

— Ariane, no son modales de hablar.

— Lo siento. — dijo subiendo las escaleras hacia su cuarto. Entro y cerró la puerta. Abrió el armario donde guardaba sus muñecas de porcelana y todos los accesorios para poder tomar el té y lo dispuso todo encima de la alfombra de largos pelos de lana blanca que sus abuelos maternos que vivían en Escocia le habían regalado para su último cumpleaños y que había sido fabricada con la lana de las ovejas Shetland. Dispuso sobre la mesita, las tazas, la tetera, los platos y demás utensilios. Luego sentó a sus dos muñeras en dos sillitas e imitando a su madre cuando recibía en el salón los miércoles por la tarde, tomo el té. Y de nuevo sus pensamientos dirigieron su mirada hacia la ventana por la cual podría ver el bosque al fondo del jardín. Se levantó y acercándose miro a lo lejos. Ya era de noche pero la luna brillaba encima del bosque. Veía como los árboles se movían con el viento que soplaba entre las ramas. La campanilla anuncio la hora de la cena, recogió rápidamente todo los juguetes y bajó al comedor. Al ser hoy viernes, podía cenar con sus padres. El resto de la semana cenaba antes para no ir a dormir demasiado tarde ya que al día siguiente tenía que levantarse pronto para ir al colegio.

— Buenas noches cariño, ¿cómo ha ido hoy en el colegio?

— Buenas noches papa, hoy hemos aprendido los planetas del sistema solar. Me ha gustado mucho. La maestra nos ha pedido que hagamos un trabajo de manualidades. Lo haremos juntas Ariette, Astrid y yo.

— El grupo de las tres A, las inseparables

— Así es. El lunes vamos al Museo Victoria y Alberto y el viernes pasaremos el día en Greenwich en el planetario.

— Ah Greenwich, su escuela naval y su museo marítimo dedicado al Almirante.

— ¿Quién es el almirante?

— Lord Horacio Nelson, el vencedor de la batalla de Trafalgar.

— Como la plaza con el museo de las pinturas.

— Recuerdas que hay una columna y arriba la estatua de un señor. Pues este señor es Nelson. Y en el museo de Greenwich hay toda una sala que le está dedicada. Cuando sean vacaciones iremos a Portsmouth a ver su barco el HMS Victory. – El señor Mayfair se lanzó en todo una exposición sobre la vida del marinero con todo lujo de detalles como si el mismo hubiese participado a la gran batalla cuando se percató de que Ariane ya no escuchaba, se había quedado dormida. — Voy a subirla a su habitación y acostarla.

— Te acompaño. La pobre está cansada. Mañana la dejaremos dormir, hasta que nos vayamos a ir. ¿A qué hora tenemos previsto marchar?

— A las 10 para estar ahí a la hora de la comida. —Acostaron a la niña y bajaron al salón a tomar una infusión antes de ir a dormir.

Ariane ya dormía soñando seguramente con el bosque.