Habían pasado justo dos meses de aquel fatídico día. Toda Francia, en especial los parisinos, veía como su querida Notre Dame, buque insignia de la fe católica era pasto de las llamas. Astrid, estudiante en historia del arte, a punto de presentar su tesis doctoral sobre el arte gótico en la región Ile de France, veía como el fuego destruía el techo y la famosa flecha de Viollet Le Duc, el famoso arquitecto y restaurador de tantos monumentos en Francia, dejando en pedazos parte de la bóveda de crucería del edificio. Aquella tarde del 15 de abril, había quedado con su amiga Claire para repasar su trabajo que tenía que presentar al rector de la catedral y obtener alguna que otra información sobre el edificio que pudiera serle útil para la presentación delante de un tribunal. Estaba sentada en la misma mesa de siempre en la terraza del Café Le Esmeralda del nombre de la famosa heroína de Victor Hugo. Esperaba como cada lunes desde hacía ya 5 años, los que llevaban estudiando, a su amiga para tomar un té. A pesar del terrible suceso, no habían cambiado sus costumbres y tampoco de lugar. Ahí la tenía, herida pero majestuosa y de pie. Llegó Claire.
–Hola Astrid, ¿qué tal estás?
–Hola Claire, bien, aquí repasando un poco los últimos detalles de la tesis. Y tú, ¿qué tal?
— Un poco cansada pero bien. No paro con las visitas en La Sainte Chapelle. —Claire trabajaba como guía en la otra joya del arte gótico de Paris hecha construir por el rey de Francia Louis IX más conocido como Saint Louis para albergar la corona de Espinas. La pequeña capilla ya no se usaba como lugar de culto y la corona hasta aquel terrible día se encontraba en Notre Dame de Paris su nueva casa. —Me vendrá bien una taza de té frio. Hoy hace mucho calor y he terminado con un dolor de cabeza tremendo.
— ¿Turistas pesados?
— Pesados no, pero que durante la misma visita te hacen cuatro veces la misma pregunta.
— Espero al menos que sean preguntas interesantes. —dijo Astrid riendo.
— No te rías. Mademoiselle, ¿por favor?—llamó Claire. —nos puede traer la carta de los tés fríos. Gracias. —La camarera enseguida volvió con una cartulina de color rosa y violeta y se la tendió a las chicas.
–Aquí tienen.
–Muchas gracias. —Astrid eligió un té frio de frutas del bosque Rouge Délice y Claire un té helado de frutas exóticas Carcadet. La dueña del lugar compraba los tés en la boutique de Dammann frères cuya historia remontaba hasta los tiempos del rey Louis XIV que le había otorgado al Sieur Damame la exclusividad de la venta del té en Francia. Claire era una fanática del té y compraba cajas y cajas de cualquier lugar. En su casa tenía un armario solo para ello donde lo tenía ordenado por clase y sabores.
–Qué guapa es. —dijo Claire mirando hacia Notre Dame.
–¿Qué?—pregunto Astrid levantando la cabeza de sus apuntes.
–Te decía que Notre Dame es muy guapa. —mirando su amiga.
–Lo es, incluso ahora. Qué suerte hemos tenido de que los bomberos llegasen a tiempo para apagar el incendio. Aún recuerdo cuando estábamos tomando nuestro té de cada lunes y ver las llamas empezando a rodear la flecha.
–Fue muy triste sobre todo para ti ya que estabas toda ilusionada por esa visita que te iba a hacer el rector de la catedral.
–Visita que me hubiera venido de gran ayuda para la tesis. Me he tenido que ayudar de libros, esquemas y demás grabados que me han prestado en el museo de la catedral y en el museo de Cluny. Qué bueno este té Rouge Délice. Tendré que comprarme una caja para llevar a casa.
— Uno de mi colección. Es muy bueno, sobretodo frio. Mañana justamente tengo que pasar por la tienda Dammann frères a hacer mi pedido de cada mes. Por cierto cuando vengas a casa tienes que probar unos tés que traje de una tienda de Valencia donde estuve de vacaciones en marzo. Se llama La Petite Planethé. Además les encanta Francia y visitan muy a menudo nuestro país. Cuando acabemos con las tesis quedamos una noche y cenamos en mi casa. ¿Te parece bien?
— Perfecto. —Mirando de reojo su reloj. —ya son las 8 tendré que ir a casa, aún tengo que repasar de nuevo lo de hoy y quedar con el rector para planificar una visita.
–¿Visita?—preguntó Claire sorprendida.
–De Notre Dame. —Le contestó Astrid. —He conseguido un permiso especial. Iré acompañada de un arquitecto y el Padre Jean para visitarla. Claro tendremos que llevar casco y bajo grandes medidas de seguridad. Me tiene que llamar para decirme que día vamos. ¿Quieres que pregunte si puedes venir y vienes con nosotros?
— Me encantaría.
–Luego te mando un whatsapp y te digo. Ahora sí que tengo que marchar. Cuídate. —Dando un beso a su amiga. —fue caminando hasta su casa situada en Le Marais cruzando los puentes Saint Louis et Louis-Philippe y atravesando la Isla Saint Louis, la pequeña isla situada detrás de la isla de la Cité, paseando por la calle Jean du Bellay, primo del famoso poeta del renacimiento Joaquim du Bellay. Cuando llegó a casa miró su móvil y vio que tenía una llamada del Padre Jean. Cuando quedaba los lunes con Claire, se habían impuesto una norma. Tener le móvil apagado.
— Buenas noches Padre Jean, acabo de ver su llamada. ¿Qué tal está?
–Muy bien Astrid. ¿Y usted?
–Llego ahora de estar con mi amiga Claire.
–¿Cómo le va en la Sainte Chapelle por cierto?
–Muy bien, mucho trabajo, pero quitando algún turista un poco pesado, está encantada con su trabajo.
–Me alegro. Le llamaba para indicarle que ya he conseguido la visita de Notre Dame. Será este viernes a las 14h30. Como sabía que usted me iba preguntar si podía venir acompañada lo he preguntado y me han dicho que no hay problema. Puede venir con su amiga Claire.
–Muchas gracias Padre Jean. Estará encantada. Ahora luego se lo digo.
–Por qué no quedamos a las 12 en el café donde ustedes dos se reúnen los lunes y comemos juntos antes de ir a hacer la visita. ¿Le parece bien?
–Me parece una excelente idea. Luego le mando un whatsapp y se lo confirmo después de haber hablado con Claire.
–Estupendo señorita Astrid. Espero pues su mensaje. Buenas noches.
–Buenas noches Padre Jean. —Colgó y llamó enseguida su amiga Claire que estaba encantada por la noticia…
El viernes por la mañana Astrid se levantó y después de ducharse se preparó un buen desayuno consistente de un bol con cereales y fruta y un té rojo de La Petite Planèthé que se llamaba Pu Ehr Bombon Naranja. Ya lista para salir llamó a Claire.
–Nos vemos a las 12 en el Esmeralda. Ahora iré a dar una vuelta al Louvre.
–¿Qué vas a ver en el Louvre?
–El departamento de Los objets d’art. Te veo luego. Suerte con los turistas.
–Gracias, esta mañana tengo un grupo de arquitectos americanos. Luego te cuento…
Astrid, llegó al Louvre y presentando su acreditación como estudiante de historia del arte entró sin necesidad de hacer cola. Se dirigió al ala Sully donde se situaban Les Objets d’art que albergaba verdaderos tesoros de orfebrería de la edad media. Estuvo una hora paseando y admirando dichos tesoros y a las 11 salió del museo y se fue paseando por los quais que bordeaban el rio Sena. Mientras caminaba recibió una llamada de su madre que le anunciaba que su tía abuela que había fallecido unos días atrás les convertía en únicos herederos de una propiedad en Bretaña. Dicha propiedad que conocía muy bien Astrid, ya que pasaban muchos veranos ahí, era un pequeño castillo del siglo XV cerca de la Ciudad de Saint Malo. Heredarían del castillo porque el único hijo de su tía había desaparecido en extrañas circunstancias durante un viaje a Asia y ella al quedarse viuda y no volver a casarse, no tenía heredero directo.
–Mamá, ¿qué me dices? Eso es increíble. ¿Lo sabías?
–No Astrid, nadie lo sabía. No nos lo había dicho.
— Perdona que te corte pero te tengo que dejar. He quedado para comer con Claire y el Padre Jean para visitar Notre Dame. Ha conseguido una visita con un arquitecto y tenemos cita a las 14h30. Te llamo a la noche y hablamos. —Llegó al Esmeralda donde le esperaba Claire que había llegado unos minutos antes.
–Buenos días Astrid, ¿Qué tal estás?
— Muy bien. Con ganas de entrar de nuevo en este bonito lugar.
–Solo espero que la vuelvan a construir como era antes.
–Algunos proyectos son, a decir verdad, muy originales y hay que tener una imaginación desbordante para pensar en ello pero Notre Dame tiene que renacer tal cual era antes del incendio. Se lo debemos a todos los compagnons y obreros que participaron en su construcción. ¡Ahí llega Padre Jean! Buenos días Padre Jean, ¿Qué tal?
— Con mucha hambre Astrid, pero muy bien. Buenos días Claire, ¿Qué tal?
–Buenos días Padre Jean, muy bien. Gracias. ¿Astrid, vamos a sentarnos y pedimos?
–Si. —Contesto Astrid a su amiga, dirigiéndose a su mesa favorita en la terraza cubierta. Todos eligieron el menú vegetariano que consistía en un parmentier de patatas y frutos secos con un poco de queso acompañado de una ensalada de toda clase de lechugas y de postre un brownie de chocolate con frutos rojos. Terminaron la comida, que había transcurrido charlando de los proyectos locos de restauración y del arte gótico en Francia, por un té helado. Eran ya las dos y después de pagar, invito Padre Jean, salieron y se dirigieron al Parvis de La Catedral. Unos instantes después acudía Monsieur Dubois, arquitecto jefe de LA CNMHS (Caisse Nationnale des Monuments Historiques et des Sîtes Caja nacional de los monumentos históricos y sitios) con un jefe de obra especializado en la restauración de los edificios góticos.
–Buenos días señorita, usted debe ser Astrid, encantado, soy el señor Dubois de la CNMHS.
–Buenos días señor Dubois, encantada. Le presento mi amiga Claire, es guía en la Sainte Chapelle.
–Buenos días señorita Claire, encantado.
–Encantada Monsieur.
–Si estamos todos, vamos a empezar la visita. Astrid, nos hace el honor.
–¿Yo?, no he preparado nada.
— No es necesario, con todo lo que sabe seguro que tiene mucho que contarnos. ¡Adelante!—Al traspasar la puerta que le da acceso al edificio, un escalofrío recorrió el cuerpo de Astrid. A su memoria vino un sinfín de recuerdos de los momentos vividos en aquel lugar. Durante hora y media, la futura historiadora del arte estuvo explicando con sumo detalle, la historia de la construcción de Notre Dame. No falto ningún detalle. La había leído y estudiado tantas veces para su tesis doctoral que las palabras surgían son fluidez. Incluso cuando llegaron al lugar donde había caído la flecha de Viollet Le Duc, fue capaz de explicar todo el proceso de restauración del monumento. Monsieur Dubois estaba encantado.–¿Cuándo dice que tiene que pasar su tesis?
–Dentro de dos semanas.
–En cuando acabe pase por mi despacho, la quiero de asistenta en la CNMHS.
–¿Me está ofreciendo trabajo?—preguntó toda sorprendida.
–Así es señorita Astrid. Cuando usted haya presentado su tesis me encantaría leerla.
–Le puedo mandar una copia si quiere una vez la haya presentado.
–Aquí tiene mi tarjeta con todos mis datos. Ha sido un placer. Espero que esta visita le haya sido de ayuda para los últimos retoques de su trabajo. Espero su llamada.
–Gracias a usted por su ayuda. Adiós Monsieur Dubois…
Dos semanas más tarde, Astrid, de pie frente a un jurado, con apuntes y diapositivas presentaba su tesis sobre el arte gótico en Ile de France enfocando su trabajo en Notre Dame de Paris, lugar de fe e historia. En su trabajo mencionó también la basílica de Saint Denis, considerado el primer edificio de este estilo en el mundo y La Santa Capilla. Cuando hubo terminado los miembros que componían la mesa del jurado le dieron las gracias y le pidieron esperar fuera en el pasillo mientras deliberaban.
–¿Cómo ha ido? Preguntó su madre Marie Astrid Delaunay.
–Estoy contenta de mí, ahora espero que les haya gustado.
Una mujer salía de la sala y se dirigía hacia Astrid. —Señorita Delaunay, le doy la enhorabuena. Hace años que no asistimos a una presentación tan buena como la suya. La esperamos el mes que viene para la ceremonia de entrega del Doctorado en historia del arte en la gala que tendrá lugar en el museo del Louvre.
–Gracias señora. —dijo Astrid toda emocionada. Y junto a su madre y Claire se fue paseando esta vez hasta Dammann Frères.